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lunes, 1 de mayo de 2017

Octava entrega del Inspector Mascarell

En “Ocho días de marzo” (Plaza y Janés) volvemos a encontrarnos con este inspector y su esposa, Patro. Son los años cincuenta y están a punto de ser padres en una Barcelona que sufre un período de agitación social debido al aumento del precio del tranvía.

Un día, Pere Humet, un antiguo subordinado de Mascarell, le cuenta que Piñol, Arnella y Matarrodona, tres policías que también estuvieron a sus órdenes, fueron juntos al exilio, al campo de refugiados de Argelès, y luego trabajaron en el refuerzo de la Línea Maginot, hasta que los alemanes los enviaron a Mauthausen.

Sobrevivían en aquel infierno, pero el capricho de un mando alemán desencadenó el horror: obligó a Piñol a que matara de un disparo en la cabeza a Arnella. Después, le obligó a que hiciera lo mismo con Humet; la pistola solo tenía una bala y Humet salvó la vida, pero juró vengarse de Piñol, que a partir de ese momento comenzó a colaborar con los alemanes, y fue culpable de la muerte de otras personas.

Humet explica a Mascarell que ha vuelto porque sabe que Piñol está en Barcelona y quiere hacer justicia. También le confiesa que tiene un cáncer y no le queda mucho tiempo de vida.

Miquel accede a ayudarle, y le invita a comer a su casa, pero no aparece, así que va a buscarlo y encuentra su cadáver y el de su prima, cosidos a puñaladas. El acusado es Nicolás, el exnovio de la prima, pero el instinto de policía de Miquel le dice que el chico no es culpable. Sabe que es Piñol y debe encontrarlo.

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